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22 avril 2016


Pier Paolo Pasolini :
« El vacio del poder » o « El artículo de las luciérnagas »

par Pier Paolo Pasolini

 

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« La distinción entre fascismo adjetivo y fascismo sustantivo se remonta nada menos que al diario ’Il Politecnico’, es decir, a la inmediata posguerra... »

Leggere in italiano in fondo pagina  :
« Il vuoto del potere » ovvero « l’articolo delle lucciole  »
Corriere della Sera, 1 febbraio 1975.

... Así comienza una intervención de Franco Fortini sobre el fascismo (L’Europeo, 26-12-1974) ; intervención que, como suele decirse, yo suscribo plenamente en su totalidad. No puedo, sin embargo, suscribir el tendencioso exordio. En efecto, la distinción entre « fascismos » hecha por Il Politecnico no es ni pertinente ni actual. Podía ser valida todavía hasta hace cerca de una decena de años : cuando el régimen democristiano era todavía la simple y pura continuación del régimen fascista.

Pero hace una decena de años, sucedió « algo ». « Algo » que no existía y que no era previsible no sólo en la época del il Politecnico, sino ni siquiera un año antes de que sucediera (o incluso, como veremos, mientras sucedía).

La confrontación real entre « fascismos » no puede ser por lo tanto « cronológicamente » entre el fascismo fascista y el fascismo democristiano : sino entre el fascismo fascista y el fascismo radical, total, imprevisiblemente nuevo que nació de aquel « algo » que sucedió como hace una decena de años.

Porque soy un escritor, y escribo polemizando, o al menos discutiendo con otros escritores, permítaseme dar una definición de carácter poético-literario de aquel fenómeno que sucedió en Italia hace una decena de años. Esto servirá para simplificar y para abreviar nuestro discurso (y probablemente para comprenderlo mejor).

En los primeros años sesenta, a causa de la contaminación del aire y sobre todo en el campo, a causa de la contaminación del agua (los ríos azules y los arroyos transparentes), comenzaron a desaparecer las luciérnagas. El fenómeno fue fulminante y fulgurante. Tras unos pocos años ya no había luciérnagas. Son ahora un recuerdo, bastante desgarrador, del pasado : y un hombre anciano que tenga ese recuerdo, no puede reconocerse en los nuevos jóvenes a sí mismo cuando era joven, y por lo tanto, no puede tener aquellos bellos sentimientos de antaño.

A aquel « algo » que sucedió hace una decena de años lo llamaré por tanto « la desaparición de las luciérnagas ».

El régimen democristiano ha atravesado dos fases absolutamente distintas, que no solamente no se pueden confrontar entre sí, implicando esto una cierta continuidad entre ellas, sino que incluso se han convertido en históricamente inconmensurables.

La primera fase de este régimen (como justamente siempre han insistido en llamarlo los radicales) es la que va desde el fin de la guerra a la desaparición de las luciérnagas ; la segunda fase es aquella que va desde la desaparición de las luciérnagas a hoy. Observémoslas una por una.

Antes de la desaparición de las luciérnagas.

La continuidad entre fascismo fascista y fascismo democristiano es completa y absoluta. Callo sobre lo que, a este respecto, se decía incluso entonces, justamente en Il Politecnico : la depuración fallida, la continuidad de los códigos, la violencia policial, el desprecio por la Constitución. Y me detengo en lo que después ha contado para una conciencia histórica retrospectiva. La democracia que los antifascistas democristianos oponían a la dictadura fascista era descaradamente formal. Se basaba en una mayoría absoluta obtenida mediante los votos de enormes estratos de las capas medias y de enormes masas campesinas, controladas por el Vaticano. Este control por parte del Vaticano era posible sólo si se fundaba en un régimen totalmente represivo. En este « universo » los « valores » que contaban eran los mismos que para el fascismo : la Iglesia, la patria, la familia, la obediencia, la disciplina, el orden, el ahorro, la moralidad. Estos « valores » (como por otra parte durante el fascismo) eran « también reales » : pertenecían a las culturas particulares y concretas que constituían la Italia arcaicamente agrícola y paleoindustrial. Pero en el momento en que eran asumidos como « valores » nacionales no podían más que perder toda realidad, y convertirse en atroz, estúpido, represivo conformismo de Estado : el conformismo del poder fascista y democristiano. Provincialismo, tosquedad e ignorancia, tanto de las élites como, a un nivel distinto, de las masas, eran iguales tanto durante el fascismo como durante el primera fase del régimen democristiano. Paradigmas de esta ignorancia eran el pragmatismo y el formalismo vaticanos.

Todo ello resulta claro e inequívoco hoy, porque entonces se alimentaban, por parte de los intelectuales y de los opositores, esperanzas insensatas. Se esperaba que todo eso no fuera completamente cierto, y que la democracia formal significase algo en el fondo.

Ahora, antes de pasar a la segunda fase, debo dedicar algunas líneas al momento de la transición.

Durante la desaparición de las luciérnagas.

En este período la distinción entre los distintos fascismos utilizada en Il Politecnico todavía podía funcionar. En efecto : el gran país que se estaba formando dentro del país – es decir, la masa obrera y campesina organizada por el PCI – y los intelectuales más avanzados y críticos, no se habían dado cuenta que « las luciérnagas estaban desapareciendo ». Estos estaban bastante bien informados por la sociología (que en aquellos años había puesto en crisis el método de análisis marxista : pero eran informaciones todavía no vividas, en sustancia sólo formales. Nadie podía sospechar la realidad histórica que constituiría el futuro inmediato, ni identificar aquello que entonces se llamaba « bienestar » con el « desarrollo » que habría debido realizar en Italia, por primera vez y de manera plena, el « genocidio » del que hablaba Marx en el Manifiesto.

Después de la desaparición de las luciérnagas.

Los « valores », nacionalizados y por lo tanto falsificados, del viejo universo agrícola y paleo-capitalista, de pronto ya no cuentan. Iglesia, patria, familia, obediencia, orden, ahorro, moralidad, ya no valen. Y ni siquiera sirven como falsos. Sobreviven en el clerical-fascismo marginado (incluso el MSI en el fondo los repudia). Para sustituirlos están los « valores » de un nuevo tipo de civilización, totalmente « otra » con respecto a la civilización campesina y paleoindustrial. Esta experiencia la han vivido ya otros Estados, pero en Italia es completamente particular, porque se trata de la primera « unificación » real sufrida por nuestro país, mientras que en otros países ésta se superpone, con una cierta lógica, a la unificación monárquica y a la ulterior unificación de la revolución burguesa e industrial. El trauma italiano del contacto entre el « arcaísmo » pluralista y la nivelación industrial tiene quizás sólo un único precedente : la Alemania anterior a la de Hitler. También aquí los valores de las diversas culturas particulares fueron destruidos por la violenta homologación de la industrialización, con la consiguiente formación de aquellas masas enormes, ya no antiguas (campesinos, artesanos) y pero tampoco todavía modernas (burgueses), que constituyeron el salvaje, aberrante, imponderable cuerpo de las tropas nazis.

En Italia está sucediendo algo similar : e incluso con mayor violencia, porque la industrialización de los años setenta constituye una « mutación » decisiva incluso con respecto a la alemana de hace cincuenta años. No estamos ya, como todo el mundo sabe, frente a « tiempos nuevos », sino frente una nueva época de la historia humana : de aquella historia humana cuyos plazos son milenarios. Era imposible que los italianos reaccionaran peor que como lo hicieron ante este trauma histórico. Se han convertido en pocos años (en especial en el centro-sur) en un pueblo degenerado, ridículo, monstruoso, criminal. Basta sólo salir por las calles para comprenderlo. Pero, naturalmente, para comprender los cambios en la gente, es necesario amarla. Yo, pese a todo, a esta gente italiana la amé : aunque fuese al margen de los esquemas del poder (más aún, en oposición desesperada a éstos), o aunque fuese al margen de los esquemas populistas y humanitarios. Se trataba de un amor real, arraigado en mi manera de ser. He visto por lo tanto « con mis sentidos » al comportamiento coercitivo del poder del consumo recrear y deformar la conciencia del pueblo italiano, hasta una irreversible degradación. Esto no había ocurrido durante el fascismo fascista, período en el cual el comportamiento estaba totalmente disociado de la conciencia. En vano el poder « totalitario » insistía y reiteraba sus imposiciones de conducta : la conciencia no estaba implicada en ellos. Los « modelos » fascistas no eran más que máscaras, para ponerse y llevar. Cuando el fascismo fascista cayó, todo estaba como antes. Lo he visto así también en Portugal : después de cuarenta años de fascismo, el pueblo portugués celebró celebrado el primero de mayo como si al último lo hubiese celebrado el año anterior.

Es ridículo por tanto que Fortini retrotraiga la distinción entre un fascismo y el otro a principios de la posguerra : la distinción entre el fascismo fascista y el fascismo de esta segunda fase del poder democristiano no sólo no tiene equivalente en nuestra historia, sino probablemente en toda la historia.
De todas formas yo no escribo este artículo sólo para polemizar sobre este punto, aunque lo llevo en el corazón. Escribo el presente artículo en realidad por una razón muy distinta, y es la que explicaré a continuación.

Todos mis lectores se habrán dado cuenta seguramente de un cambio en los poderosos democristianos : en pocos meses se han convertido en máscaras fúnebres. Es verdad : continúan luciendo sonrisas radiantes, de una sinceridad increíble. En sus pupilas se coagula una verdadera, beata luz de buen humor, cuando no se trata de la amigable luz de la argucia y de la malicia. Cosa que a los electores agrada, parece tanto como la felicidad plena. Además, nuestros poderosos continúan impertérritos su parloteo incomprensible : en el que sobrenadan los « flatus vocis  » de las habituales promesas estereotipadas.

En realidad son precisamente máscaras. Estoy seguro que si levantáramos estas máscaras no encontraríamos siquiera un puñado de huesos o de cenizas : encontraríamos la nada, el vacío.

La explicación es simple : hoy en realidad en Italia hay un dramático vacío de poder. Pero éste es precisamente el punto : no un vacío de poder legislativo o ejecutivo, ni un vacío de poder dirigente, ni, en fin, un vacío de poder político en cualquier sentido tradicional. Sino un vacío de poder en sí mismo.

¿Cómo hemos llegado a este vacío ? O, mejor, « ¿cómo han llegado a él los hombres de poder ? »

La explicación es simple : los hombres de poder democristianos han pasado de la « fase de las luciérnagas » a la « fase de la desaparición de las luciérnagas » sin darse cuenta. Por más que esto pueda parecer próximo a la criminalidad, su inconsciencia en este punto ha sido absoluta : no han sospechado minimamente que el poder que ellos detentaban y gestionaban, no sólo estaba simplemente sufriendo una « normal » evolución, sino que estaba cambiando radicalmente de naturaleza.

Se habían ilusionado de que en su régimen todo había permanecido sustancialmente igual : que, por ejemplo, podían a contar eternamente con el Vaticano : sin darse cuenta de que el poder que ellos mismos seguían detentando y gestionando no tenía ya nada que ver con el Vaticano como centro de vida campesina, retrógrada, pobre. Se habían ilusionado con poder contar para siempre con un ejército nacionalista (como precisamente sus predecesores fascistas) : y no veían que el poder que ellos mismos continuaban detentando y gestionaba maniobraba ya para sentar las bases de ejércitos nuevos, en tanto que transnacionales, casi policías tecnocráticos. Y lo mismo se puede decir con respecto a la familia, obligada, sin solución de continuidad desde los tiempos del fascismo, al ahorro, a la moralidad : ahora el poder del consumo imponía a la familia cambios radicales, hasta hacerle aceptar el divorcio, y a partir de ahí, potencialmente, todo lo demás, sin ningún límite (o al menos, hasta los límites consentidos por la permisividad del nuevo poder, peor que totalitario en cuanto violentamente totalizante).

Los hombres del poder democristiano han sufrido todo esto creyendo que lo administraban. No han advertido que esto era « otra cosa » : inconmensurable, no sólo con ellos sino con toda una forma de civilización. Como siempre (cfr. Gramsci) solamente en la lengua se habían advertido los síntomas. En la fase de transición – o sea « durante la desaparición de las luciérnagas » – los hombres del poder democristiano habían casi bruscamente cambiado el modo de expresarse, adoptando un lenguaje completamente nuevo (incomprensible como si fuera latín) : especialmente Aldo Moro. Es decir (por una enigmática correlación), aquel que aparecía como el menos implicado de todos en las cosas horribles que fueron organizadas desde 1969 hasta hoy, en el intento, hasta ahora formalmente exitoso, de conservar como sea el poder.

Digo formalmente porque, repito, en la realidad, los poderosos democristianos cubren, con sus maniobras de autómatas y sus sonrisas, el vacío. El poder real opera sin ellos y no tienen en sus manos nada más que inútiles aparatos que hacen que lo único que parezca real de ellos sean sus chaquetas luctuosas.

Sin embargo, en la historia el « vacío » no puede subsistir : sólo puede ser predicado en abstracto y por absurdo. Es probable que, en efecto, el « vacío » del que hablo esté ya llenándose, a través de una crisis y de un reajuste que no puede dejar de implicar a la nación al completo. De ello es un índice, por ejemplo, la espera « morbosa » del golpe de Estado. Casi como si sólo se tratase de « sustituir » al grupo de hombres que nos han gobernado tan atrozmente durante treinta años, llevando a Italia al desastre económico, ecológico, urbanista, antropológico. En realidad, la falsa sustitución de estas « cabezas de alcornoque » por otras cabezas de alcornoque (tal vez no menos, sino quizás más fúnebremente carnavalescas), realizada mediante el refuerzo artificial de los viejos aparatos de poder fascista, no serviría para nada (y que quede claro que, en este caso, la « tropa » sería ya por su constitución, nazi). El poder real al que desde una decena de años han servido las « cabezas de alcornoque » sin advertir la realidad : he aquí algo que podía haber colmado ya el « vacío » (desvaneciendo también la posible participación en el gobierno del gran país comunista que ha nacido de las gangrena de Italia : porque no se trata de « gobernar »). De este poder « real » nosotros tenemos imágenes abstractas y en el fondo apocalípticas : no podemos imaginarnos qué « formas » asumirían, sustituyendo directamente a los sirvientes que lo han tomado por una simple « modernización » de técnicas. De todos modos, en cuanto a mí (si ello tiene algún interés para el lector) que quede claro : yo, por más multinacional que sea, daría toda la Montedison, por muy multinacional que sea, por una luciérnaga.

.Pier Paolo Pasolini

Corriere della Sera, 1 de febrero de 1975.


 « Scritti corsari », Garzanti Libri. 1976 - ISBN 978881169705-3

 « Escritos corsarios ». Pier Paolo Pasolini, (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, Madrid, 2009)

 « Supervivencia de las luciérnagas » de Georges Didi-Huberman, (Abada Editores, Madrid, 2011) para entender mejor el sentido de los términos o conceptos de la época.

***

« Il vuoto del potere » ovvero « l’articolo delle lucciole »

di Pier Paolo Pasolini

Corriere della Sera, 1 febbraio 1975.

La distinzione tra fascismo aggettivo e fascismo sostantivo risale niente meno che al giornale « Il Politecnico », cioè all’immediato dopoguerra..." Così comincia un intervento di Franco Fortini sul fascismo ("L’Europeo, 26-12-1974) : intervento che, come si dice, io sottoscrivo tutto, e pienamente. Non posso però sottoscrivere il tendenzioso esordio. Infatti la distinzione tra « fascismi » fatta sul « Politecnico » non è né pertinente né attuale. Essa poteva valere ancora fino a circa una decina di anni fa : quando il regime democristiano era ancora la pura e semplice continuazione del regime fascista. Ma una decina di anni fa, è successo « qualcosa ». « Qualcosa » che non c’era e non era prevedibile non solo ai tempi del « Politecnico », ma nemmeno un anno prima che accadesse (o addirittura, come vedremo, mentre accadeva).

Il confronto reale tra« fascismi » non può essere dunque « cronologicamente », tra il fascismo fascista e il fascismo democristiano : ma tra il fascismo fascista e il fascismo radicalmente, totalmente, imprevedibilmente nuovo che è nato da quel « qualcosa » che è successo una decina di anni fa.

Poiché sono uno scrittore, e scrivo in polemica, o almeno discuto, con altri scrittori, mi si lasci dare una definizione di carattere poetico-letterario di quel fenomeno che è successo in Italia una decina di anni fa. Ciò servirà a semplificare e ad abbreviare il nostro discorso (e probabilmente a capirlo anche meglio).

Nei primi anni sessanta, a causa dell’inquinamento dell’aria, e, soprattutto, in campagna, a causa dell’inquinamento dell’acqua (gli azzurri fiumi e le rogge trasparenti) sono cominciate a scomparire le lucciole. Il fenomeno è stato fulmineo e folgorante. Dopo pochi anni le lucciole non c’erano più. (Sono ora un ricordo, abbastanza straziante, del passato : e un uomo anziano che abbia un tale ricordo, non può riconoscere nei nuovi giovani se stesso giovane, e dunque non può più avere i bei rimpianti di una volta).

Quel « qualcosa » che è accaduto una decina di anni fa lo chiamerò dunque « scomparsa delle lucciole ».

Il regime democristiano ha avuto due fasi assolutamente distinte, che non solo non si possono confrontare tra loro, implicandone una certa continuità, ma sono diventate addirittura storicamente incommensurabili. La prima fase di tale regime (come giustamente hanno sempre insistito a chiamarlo i radicali) è quella che va dalla fine della guerra alla scomparsa delle lucciole, la seconda fase è quella che va dalla scomparsa delle lucciole a oggi. Osserviamole una alla volta.

Prima della scomparsa delle lucciole

La continuità tra fascismo fascista e fascismo democristiano è completa e assoluta. Taccio su ciò, che a questo proposito, si diceva anche allora, magari appunto nel « Politecnico » : la mancata epurazione, la continuità dei codici, la violenza poliziesca, il disprezzo per la Costituzione. E mi soffermo su ciò che ha poi contato in una coscienza storica retrospettiva. La democrazia che gli antifascisti democristiani opponevano alla dittatura fascista, era spudoratamente formale.

Si fondava su una maggioranza assoluta ottenuta attraverso i voti di enormi strati di ceti medi e di enormi masse contadine, gestiti dal Vaticano. Tale gestione del Vaticano era possibile solo se fondata su un regime totalmente repressivo. In tale universo i « valori » che contavano erano gli stessi che per il fascismo : la Chiesa, la Patria, la famiglia, l’obbedienza, la disciplina, l’ordine, il risparmio, la moralità. Tali "valori" (come del resto durante il fascismo) erano « anche reali » : appartenevano cioè alle culture particolari e concrete che costituivano l’Italia arcaicamente agricola e paleoindustriale. Ma nel momento in cui venivano assunti a « valori » nazionali non potevano che perdere ogni realtà, e divenire atroce, stupido, repressivo conformismo di Stato : il conformismo del potere fascista e democristiano. Provincialità, rozzezza e ignoranza sia delle « élites » che, a livello diverso, delle masse, erano uguali sia durante il fascismo sia durante la prima fase del regime democristiano. Paradigmi di questa ignoranza erano il pragmatismo e il formalismo vaticani.

Tutto ciò che risulta chiaro e inequivocabilmente oggi, perché allora si nutrivano, da parte degli intellettuali e degli oppositori, insensate speranze. Si sperava che tutto ciò non fosse completamente vero, e che la democrazia formale contasse in fondo qualcosa. Ora, prima di passare alla seconda fase, dovrò dedicare qualche riga al momento di transizione.

Durante la scomparsa delle lucciole

In questo periodo la distinzione tra fascismo e fascismo operata sul "Politecnico" poteva anche funzionare. Infatti sia il grande paese che si stava formando dentro il paese - cioè la massa operaia e contadina organizzata dal PCI - sia gli intellettuali anche più avanzati e critici, non si erano accorti che « le lucciole stavano scomparendo ». Essi erano informati abbastanza bene dalla sociologia (che in quegli anni aveva messo in crisi il metodo dell’analisi marxista) : ma erano informazioni ancora non vissute, in sostanza formalistiche. Nessuno poteva sospettare la realtà storica che sarebbe stato l’immediato futuro ; né identificare quello che allora si chiamava « benessere » con lo « sviluppo » che avrebbe dovuto realizzare in Italia per la prima volta pienamente il « genocidio » di cui nel « Manifesto » parlava Marx.

Dopo la scomparsa delle lucciole

I « valori » nazionalizzati e quindi falsificati del vecchio universo agricolo e paleocapitalistico, di colpo non contano più. Chiesa, patria, famiglia, obbedienza, ordine, risparmio, moralità non contano più. E non servono neanche più in quanto falsi. Essi sopravvivono nel clerico-fascismo emarginato (anche il MSI in sostanza li ripudia). A sostituirli sono i "valori" di un nuovo tipo di civiltà, totalmente « altra » rispetto alla civiltà contadina e paleoindustriale. Questa esperienza è stata fatta già da altri Stati. Ma in Italia essa è del tutto particolare, perché si tratta della prima « unificazione » reale subita dal nostro paese ; mentre negli altri paesi essa si sovrappone con una certa logica alla unificazione monarchica e alla ulteriore unificazione della rivoluzione borghese e industriale. Il trauma italiano del contatto tra l’« arcaicità » pluralistica e il livellamento industriale ha forse un solo precedente : la Germania prima di Hitler. Anche qui i valori delle diverse culture particolaristiche sono stati distrutti dalla violenta omologazione dell’industrializzazione : con la conseguente formazione di quelle enormi masse, non più antiche (contadine, artigiane) e non ancor moderne (borghesi), che hanno costituito il selvaggio, aberrante, imponderabile corpo delle truppe naziste.

In Italia sta succedendo qualcosa di simile : e con ancora maggiore violenza, poiché l’industrializzazione degli anni Settanta costituisce una "mutazione" decisiva anche rispetto a quella tedesca di cinquant’anni fa. Non siamo più di fronte, come tutti ormai sanno, a « tempi nuovi », ma a una nuova epoca della storia umana, di quella storia umana le cui scadenze sono millenaristiche. Era impossibile che gli italiani reagissero peggio di così a tale trauma storico. Essi sono diventati in pochi anni (specie nel centro-sud) un popolo degenerato, ridicolo, mostruoso, criminale. Basta soltanto uscire per strada per capirlo. Ma, naturalmente, per capire i cambiamenti della gente, bisogna amarla. Io, purtroppo, questa gente italiana, l’avevo amata : sia al di fuori degli schemi del potere (anzi, in opposizione disperata a essi), sia al di fuori degli schemi populisti e umanitari. Si trattava di un amore reale, radicato nel mio modo di essere. Ho visto dunque « coi miei sensi » il comportamento coatto del potere dei consumi ricreare e deformare la coscienza del popolo italiani, fino a una irreversibile degradazione. Cosa che non era accaduta durante il fascismo fascista, periodo in cui il comportamento era completamente dissociato dalla coscienza. Vanamente il potere « totalitario » iterava e reiterava le sue imposizioni comportamentistiche : la coscienza non ne era implicata. I "modelli" fascisti non erano che maschere, da mettere e levare. Quando il fascismo fascista è caduto, tutto è tornato come prima. Lo si è visto anche in Portogallo : dopo quarant’anni di fascismo, il popolo portoghese ha celebrato il primo maggio come se l’ultimo lo avesse celebrato l’anno prima.

È ridicolo dunque che Fortini retrodati la distinzione tra fascismo e fascismo al primo dopoguerra : la distinzione tra il fascismo fascista e il fascismo di questa seconda fase del potere democristiano non solo non ha confronti nella nostra storia, ma probabilmente nell’intera storia.

Io tuttavia non scrivo il presente articolo solo per polemizzare su questo punto, benché esso mi stia molto a cuore. Scrivo il presente articolo in realtà per una ragione molto diversa. Eccola.

Tutti i miei lettori si saranno certamente accorti del cambiamento dei potenti democristiani : in pochi mesi, essi sono diventati delle maschere funebri. È vero : essi continuano a sfoderare radiosi sorrisi, di una sincerità incredibile. Nelle loro pupille si raggruma della vera, beata luce di buon umore. Quando non si tratti dell’ammiccante luce dell’arguzia e della furberia. Cosa che agli elettori piace, pare, quanto la piena felicità. Inoltre, i nostri potenti continuano imperterriti i loro sproloqui incomprensibili ; in cui galleggiano i « flatus vocis » delle solite promesse stereotipe. In realtà essi sono appunto delle maschere. Son certo che, a sollevare quelle maschere, non si troverebbe nemmeno un mucchio d’ossa o di cenere : ci sarebbe il nulla, il vuoto. La spiegazione è semplice : oggi in realtà in Italia c’è un drammatico vuoto di potere. Ma questo è il punto : non un vuoto di potere legislativo o esecutivo, non un vuoto di potere dirigenziale, né, infine, un vuoto di potere politico in un qualsiasi senso tradizionale. Ma un vuoto di potere in sé.

Come siamo giunti, a questo vuoto ? O, meglio, « come ci sono giunti gli uomini di potere ? ».

La spiegazione, ancora, è semplice : gli uomini di potere democristiani sono passati dalla « fase delle lucciole » alla « fase della scomparsa delle lucciole » senza accorgersene. Per quanto ciò possa sembrare prossimo alla criminalità la loro inconsapevolezza su questo punto è stata assoluta ; non hanno sospettato minimamente che il potere, che essi detenevano e gestivano, non stava semplicemente subendo una « normale » evoluzione, ma sta cambiando radicalmente natura.

Essi si sono illusi che nel loro regime tutto sostanzialmente sarebbe stato uguale : che, per esempio, avrebbero potuto contare in eterno sul Vaticano : senza accorgersi che il potere, che essi stessi continuavano a detenere e a gestire, non sapeva più che farsene del Vaticano quale centro di vita contadina, retrograda, povera. Essi si erano illusi di poter contare in eterno su un esercito nazionalista (come appunto i loro predecessori fascisti) : e non vedevano che il potere, che essi stessi continuavano a detenere e a gestire, già manovrava per gettare la base di eserciti nuovi in quanto transnazionali, quasi polizie tecnocratiche. E lo stesso si dica per la famiglia, costretta, senza soluzione di continuità dai tempi del fascismo, al risparmio, alla moralità : ora il potere dei consumi imponeva a essa cambiamenti radicali nel senso della modernità, fino ad accettare il divorzio, e ormai, potenzialmente, tutto il resto, senza più limiti (o almeno fino ai limiti consentiti dalla permissività del nuovo potere, peggio che totalitario in quanto violentemente totalizzante).

Gli uomini del potere democristiani hanno subito tutto questo, credendo di amministrarselo e soprattutto di manipolarselo. Non si sono accorti che esso era « altro » : incommensurabile non solo a loro ma a tutta una forma di civiltà. Come sempre (cfr. Gramsci) solo nella lingua si sono avuti dei sintomi. Nella fase di transizione - ossia « durante » la scomparsa delle lucciole - gli uomini di potere democristiani hanno quasi bruscamente cambiato il loro modo di esprimersi, adottando un linguaggio completamente nuovo (del resto incomprensibile come il latino) : specialmente Aldo Moro : cioè (per una enigmatica correlazione) colui che appare come il meno implicato di tutti nelle cose orribili che sono state, organizzate dal ’69 ad oggi, nel tentativo, finora formalmente riuscito, di conservare comunque il potere.

Dico formalmente perché, ripeto, nella realtà, i potenti democristiani coprono con la loro manovra da automi e i loro sorrisi, il vuoto. Il potere reale procede senza di loro : ed essi non hanno più nelle mani che quegli inutili apparati che, di essi, rendono reale nient’altro che il luttuoso doppiopetto.

Tuttavia nella storia il « vuoto » non può sussistere : esso può essere predicato solo in astratto e per assurdo. È probabile che in effetti il "vuoto" di cui parlo stia già riempiendosi, attraverso una crisi e un riassestamento che non può non sconvolgere l’intera nazione. Ne è un indice ad esempio l’attesa "morbosa" del colpo di Stato. Quasi che si trattasse soltanto di « sostituire » il gruppo di uomini che ci ha tanto spaventosamente governati per trenta anni, portando l’Italia al disastro economico, ecologico, urbanistico, antropologico.

In realtà la falsa sostituzione di queste « teste di legno » (non meno, anzi più funereamente carnevalesche), attuata attraverso l’artificiale rinforzamento dei vecchi apparati del potere fascista, non servirebbe a niente (e sia chiaro che, in tal caso, la "truppa" sarebbe, già per sua costituzione, nazista). Il potere reale che da una decina di anni le "teste di legno" hanno servito senza accorgersi della sua realtà : ecco qualcosa che potrebbe aver già riempito il « vuoto » (vanificando anche la possibile partecipazione al governo del grande paese comunista che è nato nello sfacelo dell’Italia : perché non si tratta di "governare"). Di tale « potere reale » noi abbiamo immagini astratte e in fondo apocalittiche : non sappiamo raffigurarci quali "forme" esso assumerebbe sostituendosi direttamente ai servi che l’hanno preso per una semplice « modernizzazione » di tecniche. Ad ogni modo, quanto a me (se ciò ha qualche interesse per il lettore) sia chiaro : io, ancorché multinazionale, darei l’intera Montedison per una lucciola.

Pier Paolo Pasolini

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