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12 décembre 2002

Nueva política y participación ciudadana

Nuevos ciudadanos harán surgir nuevos dirigentes

 

El proceso de innovación cívica en desarrollo está transformando el país y creando las bases para su reconstrucción. Es necesario no caer en el pesimismo ni en la impaciencia. Los indicadores del cambio. El capital social y la tendencia solidaria. Las cualidades de los nuevos dirigentes y ciudadanos. ¿Fracasaron las asambleas vecinales ?

"La Argentina, hoy,
dolorosamente se derrumba,
junto al resto de América Latina,
en la miseria.
Aquel paraíso terrenal,
pleno de riquezas minerales,
de animales
y de frutos, que supo ser nuestra tierra,
es, ahora, un continente devastado".

Ernesto Sábato
Barcelona, 13 de septiembre de 2002

Construir capital social no será fácil,
pero es la clave para hacer funcionar la democracia.

Robert Putnam

Por José Eduardo Jorge
Director de Cambio Cultural, Octubre de 2002

"Escepticismo", "pesimismo", "resignación", "desaliento"… Son palabras que estamos escuchando o leyendo a diario para describir el aparente estado de ánimo de la mayoría de los argentinos.

La gente, dicen las encuestas preelectorales, no cree que el próximo gobierno solucionará nuestros problemas. La actual administración no logró la ayuda internacional que buscaba y hace tiempo que quedó sin respuestas. El ruido de las cacerolas y las reuniones multitudinarias de vecinos son un recuerdo lejano. Todavía no asoman los nuevos dirigentes. Desde el exterior, figuras influyentes nos auguran la insignificancia eterna.

Sin salidas a la vista, con tantos políticos ensimismados en innobles reyertas, abrumados por el desempleo y la pobreza, acaso hemos agotado la esperanza, incluso la indignación. El inédito protagonismo político de la sociedad civil desde las jornadas de diciembre había fomentado la esperanza de un cambio veloz, inmediato. ¿Es posible que la sociedad haya bajado los brazos ?

La promesa de aprendizaje colectivo y renovación que insinuaba esta crisis histórica no ha sido un espejismo. Ocurre, simplemente, que los cambios deseados por los argentinos siguen un proceso normal de maduración. Hay, pues, que sopesar con cuidado los tiempos y las acciones para consumarlos. Tratar de forzar las cosas puede ser vano y perjudicial, tanto como quedar cruzados de brazos o trabajar para malograrlas.

Los tiempos del cambio político e institucional

La Argentina puede estar recorriendo las etapas finales del largo proceso de cambio institucional inaugurado en 1983. Como observó Putnam en su investigación de más de 20 años en Italia, "la mayor parte de la historia institucional se mueve lentamente. Cuando se trata de la construcción institucional (y no meramente de la letra de la constitución), el tiempo se mide en décadas (…) Probablemente la historia se mueve incluso más lentamente para erigir normas de reciprocidad y redes de compromiso cívico" (1).

Es necesario no caer en el pesimismo o la impaciencia. Hay quienes dicen que no habrá renovación porque la gente no participa, que la reforma política está congelada, que las asambleas vecinales fracasaron. El arco político de centroizquierda se enredó en una peligrosa cruzada abstencionista para que, de una buena vez, "se vayan todos" ; del otro lado, hubo quienes saludaron el triunfo de la consigna inversa en el impúdico feudo político de Santiago del Estero.

El lema que el ingenio popular acuñó en los días impetuosos de diciembre se ha convertido en objeto de la más simplista controversia entre quienes defienden su significado literal y los que reprueban su generalidad. Algunos parecen suponer que la crisis política se origina en vicios individuales y que, debido a las lacras de ciertos políticos -incluso de unos pocos muy influyentes-, se condena injustamente al conjunto.

Los hechos no son tan sencillos. El problema de fondo está en la cultura política. No en algunas personas, sino en sus valores y hábitos compartidos, en las reglas no escritas del sistema, que a los individuos les resulta difícil cambiar y a las que, por el contrario, conviene adherir o adaptarse para entrar y prosperar en él. Si desde 1983 la democracia ha funcionado de un modo tan imperfecto, ha sido en gran parte por la vigencia de esas reglas informales que nacen de la cultura y de la historia y que, hasta no hace mucho, compartíamos dirigentes y ciudadanos (recordemos, por ejemplo, el "roba, pero hace".)

Sólo la irrupción desequilibrante de dirigentes con otra mentalidad podría alterar rápidamente esas reglas de juego e inducir el cambio de actitud de quienes no hayan sido reemplazados. Es muy difícil que nuestros añejos políticos muden de otro modo sus hábitos cristalizados de pensar y de actuar, aún bajo el creciente control de una ciudadanía más alerta y organizada.
El nudo del problema consiste en que si los potenciales nuevos dirigentes ya están dentro del sistema político, tal vez compartan las reglas que hay que cambiar y, si son extraños a él, tendrán dificultades para ingresar.

Podemos, sin embargo, depositar expectativas en los jóvenes, incluyendo los que participan en los partidos tradicionales pero objetan los viejos hábitos, así como en los muchos dirigentes que están surgiendo en el espacio cada vez más amplio y consolidado de la acción civil.
No sólo nos hacen falta nuevos políticos. Necesitamos toda una nueva generación.

Superando el pesimismo

En esa crítica incisiva de los rasgos más negativos de nuestra cultura que es Cambalache, Discépolo sucumbió a uno de ellos : el pesimismo. Superarlo es parte del cambio cultural que precisamos. La actitud hacia el destino -en especial, el destino colectivo- influye en el modo como actuamos en ciertas situaciones, entre ellas las de crisis. El optimismo ingenuo puede conducir a respuestas no realistas, pero el pesimismo inflexible paraliza, cierra las opciones, rehúsa la cooperación y lleva al "sálvese quien pueda".

A pesar del aparente clima de tristeza que nos envuelve, hay señales profundas de que también aquí las cosas han comenzado a cambiar. Hemos destacado antes en estas columnas el consistente aumento del voluntariado -y, en general, el crecimiento de nuestro capital social- en los últimos años. Todo parece indicar que la crisis lo ha amplificado.
Las actividades y las organizaciones solidarias se multiplican y los medios de comunicación más importantes se han sumado a la tendencia, reforzándola. Estamos escuchando incluso que la solidaridad "está de moda". Enhorabuena. Se trata de un fenómeno genuino y una respuesta alentadora frente a la crisis, que acaso se convierta en un modelo cultural al que la sociedad pueda volver para abordar otros problemas acuciantes.

Este nuevo paradigma pone además en evidencia ante la opinión pública las conductas asociales. La dirigencia política demuestra que la solidaridad la tiene sin cuidado. Mientras la gente dona su tiempo y sus pocos recursos para mantener el país a flote, nuestros holgados senadores se asignan ingresos suplementarios por "desarraigo". Y al tiempo que algunas empresas actúan con responsabilidad social, otras evaden los impuestos con facturas apócrifas, como indica una investigación de la Administración Federal de Ingresos Públicos.
Hay una relación profunda entre la tendencia solidaria y la posibilidad de realizar los cambios políticos que deseamos. La experiencia de las asambleas vecinales nos ayudará a comprenderlo. Muchos dicen en estos días que las asambleas "fracasaron" o están "en retroceso". ¿La razón ? La gente, afirman, comprendió que no era tan fácil debatir o formular propuestas sobre el destino de los bancos, la deuda externa o los programas sociales ; también las "aparateadas" de los partidos de izquierda habrían desalentado a los vecinos.

¿Van estos argumentos en la dirección correcta ? Cuando las asambleas nacieron, junto con los cacerolazos, se pensó de un modo lineal que aspiraban o estaban destinadas a participar en el gobierno. En medio de una total confusión se habló de cantones suizos, de pinochetismo, de soviets, de darles intervención en el ejecutivo o el legislativo. La izquierda, como es lógico, vio en ellas el germen del soñado movimiento de masas. La derecha también, como una pesadilla. El resto de la política tradicional, que nunca conoció el concepto de "ciudadano" y sólo se relaciona con la gente a través del clientelismo, las calificó como "sedición" y blandió el consabido "el pueblo no delibera ni gobierna…"

En un país sin la experiencia previa de una sociedad civil fuerte, faltaba el modelo cultural que ayudara a interpretar el fenómeno. Los vecinos se reunían a discutir sus problemas y los del país, buscando colectivamente soluciones o tan sólo explicaciones, en medio de un naufragio en el que los responsables del barco pugnaban deshonrosamente entre sí por apoderarse de los botes salvavidas.

La reacción espontánea de la gente era consistente con tendencias que de un modo menos ruidoso se habían venido desarrollando durante los años noventa. Pero los conceptos de "voluntariado", "tercer sector", "capital social", nunca habían formado parte de nuestro léxico político. Pertenecían a otra esfera, poco o nada comprendida. De modo que la política tradicional y sus analistas (que también necesitamos renovar) abordaron la cuestión con sus viejas concepciones, sus fantasías y sus fantasmas.

De repente los vecinos se vieron agredidos moral y hasta físicamente por quienes los consideraban sediciosos o subversivos, mientras otros trataban de utilizarlos para sus propios objetivos políticos. Algunos volvieron a sus casas. Pero otros pusieron manos a la obra y ya forman parte de la vasta red de asociaciones ciudadanas y solidarias que están remodelando nuestro tejido social.

Aprendizaje social e innovación cívica

De modo que no hay ningún fracaso ni retroceso. El capital social y la solidaridad aumentaron, la sociedad civil se fortaleció. Más gente se incorporó a la ola. Y en esta experiencia de floreciente participación y organización se están forjando nuevos ciudadanos y dirigentes, más democráticos, honestos y de mente abierta, más dispuestos a la cooperación.
¿Es necesario, como piensan algunos, que la acción civil dé paso luego a la formulación de objetivos políticos "estratégicos" por parte de las asambleas ? No es imprescindible. A través de múltiples vías éstas y otras flamantes asociaciones presionarán para incorporar nueva legislación, fiscalizarán, definirán la agenda de políticos y gobernantes, influirán en el proceso de toma de decisiones y de implementación de políticas. A medida que el tejido civil se haga más denso, algunos de sus miembros y dirigentes entrarán en la arena política, en nuevos o viejos partidos, o bien (reforma política mediante) como candidatos individuales o de agrupaciones no partidarias.

¿Hay que avanzar, entonces, en la dirección de una "democracia participativa" ? Sí, observando con precisión el significado que atribuimos a ese concepto. La democracia supone a la vez la representación y la participación ; una sociedad civil fuerte, vigilante e innovadora, cuya esfera no se confunde con la del gobierno y los partidos políticos, pero que está unida a ellos a través de múltiples intercambios.

La participación ciudadana en los asuntos públicos deberá ampliarse promoviendo nueva legislación y mecanismos administrativos específicos, que no se limitan ni se refieren principalmente al "presupuesto participativo", una idea interesante pero que, en un contexto de clientelismo, reproducirá o afianzará las relaciones clientelares.
Es necesario profundizar el aprendizaje social en la resolución de problemas que, por su naturaleza y complejidad, no pueden ser abordados adecuadamente a través de las políticas públicas tradicionales que "bajan al territorio". En este proceso de "innovación cívica" se multiplicarán las organizaciones civiles generales y especializadas, con sus propias iniciativas. Es el gobierno el que, en ciertos casos, podrá participar en éstas o crear instancias para alentarlas. Y en un contexto de este tipo será posible implementar con éxito experiencias de intervención de los ciudadanos en el diseño del presupuesto público.

Esta "renovación ciudadana" se ha venido gestando gradualmente durante años y aún exhibe algunos indicadores contradictorios. Por ejemplo, mientras el número de voluntarios y de organizaciones del tercer sector se incrementa consistentemente, los niveles de confianza mutua continúan siendo bajos.

Según las últimas encuestas disponibles, el 32% de los adultos declaró haber realizado algún tipo de actividad voluntaria durante 2001, cuando hace pocos años la cifra era de 20%. Al mismo tiempo, en el estudio Latinobarómetro 2002, sólo el 22% de los argentinos se manifestó de acuerdo con la afirmación "se puede confiar en la mayoría de las personas", proporción que es similar a la de principios de la década (2).

Uno de los datos más importantes y alentadores es el apoyo con que cuenta la democracia en el país. El 65% de los encuestados en Argentina por Latinobarómetro acordó que "la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno", una proporción sólo superada por Costa Rica, Uruguay y Venezuela. En Brasil, por ejemplo, el porcentaje es de apenas 37%.
Si bien entre nosotros la cifra es inferior al 71% registrado en 1996, el hecho de que, a pesar de la crisis, haya aumentado respecto al año 2001 (cuando fue de 58%), ha sido considerado como uno de los resultados más llamativos de esta onda. La correlación entre el desempeño económico y el apoyo a la democracia sigue siendo elevada, pero está disminuyendo (3). Todavía el 47% de los argentinos se declara de acuerdo con la frase "no me importaría que un gobierno no democrático llegara al poder, si pudiera resolver los problemas económicos y dar trabajo a todos". En Brasil la misma expresión recogió un 62% de adhesiones.

Estos datos muestran que, si bien todavía nos queda camino por recorrer, la madurez cívica de la Argentina sigue una tendencia creciente. Los argentinos defienden la democracia como el mejor sistema de gobierno a pesar de que, por obvias razones, un ínfimo 8% se manifiesta satisfecho con su funcionamiento, el número más bajo de la región después de Paraguay (4). También exhiben porcentajes mínimos la confianza en los partidos políticos (4% de los entrevistados), así como la confianza y la aprobación del gobierno (10% y 14%.) Los promedios latinoamericanos para estas tres categorías son 14%, 29% y 36%, respectivamente.

El informe de Latinobarómetro concluye que en la región hay "una cultura democrática en evolución y creciente". Augura además "tiempos con crecientes demandas". Pero la gente ya no busca soluciones fáciles, como los regímenes autoritarios. La salida es "echar a los gobiernos" que hagan las cosas mal y elegir otros nuevos, en "un contexto donde la política institucionalizada a través de los partidos ha perdido credibilidad y la gente está saliendo a la calle para decir lo que piensa, porque los partidos los interpretan cada vez menos".

Las cualidades de los nuevos dirigentes

La construcción gradual de una "nueva ciudadanía" es la precondición para el surgimiento de los "nuevos dirigentes". Una ciudadanía con otros códigos éticos ; que no espere ni pida favores de los políticos y les demande honestidad, respeto por la ley y las instituciones. Una ciudadanía más comprometida, participativa y proclive a asociarse, que no haga recaer exclusivamente sobre los dirigentes toda la responsabilidad por la solución de los males colectivos, sino que esté dispuesta a intervenir activamente en ese trabajo.
Los "nuevos dirigentes" que el país necesita deberán poseer cualidades como la honestidad y la capacidad, pero además establecer con los ciudadanos otro tipo de relación. En nuestra historia ese vínculo ha sido casi siempre jerárquico : el dirigente proporcionaba favores y, a cambio, obtenía lealtad. Una democracia avanzada requiere otro tipo de liderazgo, que exige un cambio cultural no de una, sino de las dos partes de la relación.
En un estilo de liderazgo democrático los dirigentes promueven el aprendizaje social y no ofrecen soluciones mágicas ni remedios sencillos a problemas complejos, que acaso carecen de una solución óptima, la tienen sólo a largo plazo o involucran decisiones con incómodos o dolorosos efectos secundarios.

La crisis argentina no puede corregirse sólo ni principalmente con intervenciones técnicas, pues se origina en gran medida en problemas de acción colectiva cuya solución supone la cooperación y el cambio de actitudes, valores y conductas de los propios argentinos.
Situaciones sumamente complejas que acaso pueden remediarse con decisiones técnicas acertadas son, por ejemplo, el "corralito" financiero o la ayuda para los jefes o los niños de hogares empobrecidos. Aún en estos casos observamos que el éxito del mejor plan depende de la colaboración de ciertos grupos que están en condiciones de impedir o entorpecer su consumación.

En cuestiones como la evasión impositiva -cuya magnitud en torno al 40% o 50% es incompatible con la meta de un Estado eficiente y eficaz-, una óptima administración tributaria puede mejorar la recaudación hasta cierto punto, pero la solución de fondo, como bien saben los tributaristas, pasa por un cambio en la cultura de los contribuyentes (y también, por supuesto, de los funcionarios públicos.)
Asuntos como la crisis de la educación son aún más problemáticos. Qué tipo y calidad de educación queremos y cómo vamos a financiarla son temas que reclaman urgente atención y que, sin embargo, no se pueden resolver con un enfoque exclusivamente técnico. La comunidad y los distintos grupos involucrados tendrán que aclarar, ajustar y conciliar objetivos, valores y expectativas.

Los nuevos dirigentes, entonces, deberán contar con lo que llamamos "visión", en el sentido de proponer a la sociedad un sueño a la vez inspirador y realista. Pero además con la lucidez para comprender cuándo es la propia sociedad la que debe encontrar las soluciones, y con la vocación y capacidad para incitarla a hacer su trabajo.

El proceso de renovación ciudadana y de dirigentes no es lineal ni está exento de conflicto, pero se encuentra claramente en desarrollo (5). Como hemos dicho reiteradamente en estas columnas, es deseable que el próximo gobierno instituya un periodo de transición en cuyo transcurso estas tendencias puedan desplegarse y consumarse.

Que así ocurra dependerá tanto de los futuros gobernantes como de los ciudadanos. Las encuestas dicen que la gente no espera mucho de los primeros. Debemos ahora mirar hacia dentro y ver si estamos cumpliendo con nuestra parte. En nuestra disposición para identificarnos con el país y no sólo con nuestros intereses individuales o de grupo, para salir del aislamiento y cooperar con los demás en la solución de nuestros muchos problemas, descubriremos la fuente primordial del pesimismo o el optimismo.

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