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14 septembre 2011

No es Grecia, es el euro

par Alberto Montero Soler *

 

La vuelta del verano no iba a traer nada bueno. Tras un mes de agosto, en el que la relativa escasez de movimientos en los mercados financieros amplificó sus efectos sobre primas de riesgo y cotizaciones, llegaría, inexorablemente, un mes de septiembre turbulento en el que las hordas especuladoras camparían a sus anchas y provocarían movimientos que, por su magnitud, están hoy forzando la desintegración de la Unión Monetaria Europea. Una desintegración que se produce con la connivencia de una clase política europea incapaz de estar a la altura de las circunstancias y de adoptar medidas que no constituyan una patada hacia delante en falso, enviando las presuntas soluciones a que transiten por los procelosos caminos de la burocracia comunitaria y dependan de la unanimidad de las aprobaciones de los Estados y obviando, con ello, la urgencia que exige su aplicación y el alivio temporal que provocarían sus efectos ; pero que, además, tampoco es capaz de sentarse ante un economista que les explique en qué se metieron cuando crearon el euro, cómo y por qué se equivocaron al hacerlo y qué tendrían que hacer ahora para remediarlo.

Alguien tendría que explicarles que una unión monetaria como la que crearon sólo es viable si las economías constituyen un área monetaria óptima y que esa área monetaria óptima no sólo depende de la existencia de unas condiciones productivas similares y/o asimilables sino también de la existencia de una institucionalidad que permita dotar de viabilidad económica al proyecto en caso de existir imperfecciones de origen o problemas sobrevenidos, como la grave crisis en la que nos encontramos.

Alguien tendría que explicarles que para que un área sea una zona monetaria óptima es necesario que se den una de estas dos condiciones. O bien que la estructura económica del área sea tan homogénea que todas las regiones se muevan a la misma velocidad, en el mismo sentido y con la misma intensidad, esto es, de forma sincrónica. O bien que las economías sean tan flexibles que cualquier diferencia en la evolución económica entre las distintas regiones que integran el área sea solventada por la intervención de las fuerzas del mercado. Es decir, frente a la ausencia de homogeneidad se impondría, entonces, la necesidad de la flexibilidad.

La razón es bien simple : la creación de una unión monetaria implica la cesión de soberanía sobre la política monetaria y, por tanto, que la política monetaria nominal sea la misma para toda la unión. La existencia de movimientos asincrónicos en los ciclos económicos reales de las distintas regiones que integran una unión monetaria provocaría que la política monetaria, que es única para toda el área, sea la misma para economías en diferentes fases del ciclo y, por tanto, inapropiada para algunas de ellas : para unas puede ser excesivamente acomodaticia, para otras excesivamente restrictiva.

Con independencia de qué implicaciones económicas y sociales se deriven de la creación de un espacio económico de esa naturaleza para las condiciones de vida de sus ciudadanos, hay algo que no puede seguir siendo obviado por más tiempo : el euro no es un área monetaria óptima. Es más, el distanciamiento de la situación de óptimo se ha agrandado con cada nueva ampliación de la Unión.

Por lo tanto, ante lo que era una evidencia que no quiso ser asumida, se imponía la necesidad de paliar esos defectos desarrollando una institucionalidad que permitiera viabilizar el proyecto europeo pero que nunca fue emprendida y ante cuyas consecuencias nos encontramos. Una viabilidad que debe lograrse por la vía de la homogeneización y/o por la de la flexibilización.

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* Alberto Montero Soler (amontero@uma.es) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga y puedes leer otros textos suyos en su blog La Otra Economía.

Alberto Montero Soler
Rebelión, 14 de septiembre de 2011.

 Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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